29 jul 2013

Y el mentón... ¿para qué sirve?

Si pensamos en qué nos diferencia a los Homo sapiens del resto de nuestros antecesores probablemente no tengamos en mente la barbilla... aunque este sea un rasgo que no ha sido compartido con otros homínidos. Se han barajado varias opciones sobre cuál es el papel de esta prominencia ósea tan singular.

La hipótesis más aceptada es que el mentón es un contrafuerte que ayuda a la mandíbula a sobrellevar el estrés mecánico de la masticación. El mentón es el punto de inserción de varios músculos que recubren el maxilar inferior, de modo que al masticar, ya que solemos usar los molares de un solo lado de manera alternada, la tensión se dirige hacia el centro de la mandíbula en lugar de concentrarse en un lado.

Pero si es así, ¿no deberían otros primates con una alimentación más contundente tener más mentón que nosotros? Nuestros antecesores tenían una mandíbula muy potente con dientes prominentes adaptada a una dieta fibrosa. Con la aparición del fuego y los cambios nutricionales, el número de dientes se redujo sustancialmente y la base donde estos dientes se asientan se volvió más fina, pero se conservó el grosor en la zona central, dando lugar al mentón. Es decir, que la barbilla es el resultado de una reducción del resto de hueso que rodea la barbilla, más que un crecimiento posterior. El resto de primates tienen también el punto de inserción muscular, solamente que no protuye como en nosotros porque el resto de mandíbula está igualmente desarrollada.



También es interesante como en los últimos años los antropólogos han vinculado el mentón con el habla. Según esta hipótesis el mentón sería una respuesta evolutiva a las tensiones generadas por los músculos de la lengua al articularla para hablar, especialmente por los músculos genioglosos (que se insertan en la parte posterior al mentón).

Por otro lado, hay quien menciona la forma del mentón puede ser un rasgo de atracción sexual. En los hombres, una mandíbula más ancha se correlaciona con mayores niveles de testosterona, mientras que en las mujeres esta correlación es inversa con los niveles de estrógenos. Esta hipótesis parece no tener muchos adeptos, pero explicaría porque tenemos diferentes tamaños según el sexo de individuo.

Muy probablemente todas estas explicaciones juegan un papel más y menos importante para desentrañar por qué tenemos mentón, aunque no sabemos del todo cierto cuál prevalece sobre las demás.

21 jul 2013

¿Qué es eso? Los puntos de Fordyce

Hace unos días, un amigo me preguntó por una lesión que le aparecía de vez en cuando en los labios. Se trata de unos puntos blancos planos que le aparecen a temporadas en el labio superior y que se ven más si se estira la piel del labio. No pican, ni le molestan, excepto estéticamente.

Puntos de Fordyce (www.wikipharma.org)

Los puntos de Fordyce son glándulas sebáceas ectópicas en las mucosas corporales, como los labios y los genitales. Normalmente, las glándulas sebáceas aparecen asociadas a un folículo piloso, pero esto no sucede en los puntos de Fordyce, puesto que carecemos de pelo en las mucosas, por ello decimos que son glándulas ectópicas (que aparecen en lugares donde no deberían estar). Aparte de esto, son exactamente iguales que cualquier otra glándula sebácea del cuerpo. Son un fenómeno común en la población de todas las edades y de ambos sexos. No se asocian a ninguna enfermedad ni parece que estén causadas por ningún motivo en particular. Simplemente hay personas que las tienen y otras, no.

Los puntos de Fordyce no requieren tratamiento. En caso de querer eliminarlos, se puede recurrir a técnicas con láser, como el láser de CO2. De todos modos, son tratamientos bastante caros para el bajo porcentaje de éxito y el grado de recurrencia que suelen conllevar, por lo que en principio deberíamos desaconsejarlos.

10 jul 2013

¿Y si guardo la sangre del cordón umbilical de mi hijo en un banco privado?

Todos recordamos el sainete montado por los Príncipes con el cordón umbilical de sus retoños y como, desde entoces, han proliferado las clínicas privadas que permiten guardar para uso personal las células madre del cordón. Estas empresas ofrecen congelar la sangre durante 20 años por unos 2000-3000 euros. ¿De verdad merece la pena realizar semejante inversión?

En 2005, los bancos privados estaban prohibidos en España (por lo que era necesario recurrir a bancos extranjeros, como lo hicieron los príncipes en un banco de EEUU) y solo se disponía de seis bancos públicos habilitados en todo el país. Poco tiempo después se permitió el establecimiento de estos bancos privados pero con la condición de que cedan los cordones que almacenan si son compatibles con alguien que lo necesite como último recurso. En este caso, el banco está obligado a devolver el dinero a los clientes. Pero la mayoría de empresas o bien operan desde el extranjero o bien almacenan la sangre en otro país para no tener que cumplir esta ley.

En primer lugar, no todos los cordones extraídos son viables para su utilización posterior, ya que hasta un 20% no presenta un número de células mínimo para realizar un trasplante y a eso hay que añadir otro porcentaje parecido que se puede contaminar en el proceso o deteriorar en su traslado. De modo que hasta un 40% de las unidades de sangre de cordón donadas no son finalmente utilizables. En principio, el banco debería comunicar este hecho a los clientes para evitar estafas.

Pero es que si estudiamos cuáles son las causas más frecuentes de trasplante de células hematopoyéticas en la infancia nos encontramos en primer lugar las leucemias agudas y después las enfermedades hereditarias (como las talasemias o la mayoría de inmunodeficiencias infantiles). Estos dos grupos de enfermedades forman más del 90% de los casos en niños. En ambos casos, el uso de las propias células madres del paciente es poco útil. En las enfermedades hereditarias los genes mutados ya se encuentran en el momento del nacimiento y trasplantarlas al afectado no cambiaría su situación, como es fácil de entender. En las leucemias se prefiere utilizar un trasplante alogénico (de otra persona) a uno autólogo (de la propia persona) por dos motivos; primero porque estaríamos trasplantando a alguien con unas células que ya han dado señales de tener una predisposición a volverse malignas, y en segundo lugar, el trasplante alogénico da mejores resultados de remisión de la leucemia puesto que al trasplantar el sistema inmune compatible pero de una tercera persona, las células inmunitarias atacan a la leucemia (porque las reconocen como células extrañas) dando mayores tasas de curación.

¿En qué casos estaría bien conservar la propia sangre del cordón?

En caso de enfermedad sanguínea de un familiar (comúnmente un hermano mayor) o cuando la familia tiene una peculiaridad genética que haga difícil encontrar donante en caso de necesitar un trasplante (como sucede en algunas etnias). De todos modos, en estas circunstancias un tanto especiales, los bancos públicos pueden ofrecer lo que se conoce como "donación dirigida", es decir, que esa sangre sí se guarda para el uso personal.

En los linfomas, también se pueden utilizar donaciones autólogas. Pero cabe destacar que la mayoría de linfomas aparecen a partir de los 20 años, y los bancos no suelen guardar esa sangre más de 20 o 25 años, a no ser que los padres así lo expresen y paguen el doble de dinero. Y es necesario recordar que ignoramos el tiempo máximo que pueden ser congeladas estas células siendo efectivas para un trasplante.

Los bancos públicos de España disponen de más de 60.000 unidades de sangre de cordón, además de una lista de potenciales donantes de médula ósea, cifra más que suficiente para cubrir la demanda actual de este material, y estas muestras son renovadas constantemente, en ningún caso se guardan durante años, como en los bancos privados.

Fuentes:

  • Organización Nacional de Trasplantes: www.ont.es
 

6 jul 2013

Cúanto daño ha hecho la televisión: Desfibriladores en asistolia

Pip... Pip... Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiip... La pantalla nos muestra un electrocardiograma con una línea plana que no augura nada bueno y aparece el famoso carro de paro cardiaco y alguien dispuesto a desfibrilar al paciente, muchas veces poniendo las palas de descarga de cualquier manera. Y esto es un error que muchos nos hemos tragado durante años.

El sistema eléctrico cardíaco es el encargado de la correcta contracción del músculo cardíaco. Cualquier alteración en la distribución de la electricidad (las famosas arritmias) puede desorganizar la forma y orden en qué deben contraer las distintas partes del corazón, impidiendo que se bombee bien la sangre. Cuando la alteración del sistema eléctrico es tal que para la circulación sanguínea hablamos de paro cardíaco.

Hay cuatro tipos básicos de paro cardíaco:

1. Taquicardia ventricular: Es un ritmo que se inicia en los ventrículos y es tan rápido que impide que el corazón se llene de sangre entre contracción y contracción.


2. Fibrilación ventricular: Es una contracción caótica e ineficaz del ventrículo que impide que se bombee la sangre, ya que el músculo tiembla sin conseguir una contracción coordinada y efectiva por lo que la sangre no sale impulsada al resto del cuerpo.

3. Disociación electromecánica: El sistema eléctrico funciona bien, pero hay una lesión en la pared del corazón (una rotura, por ejemplo) que impide que se contraiga el músculo. En este caso, el electrocardiograma es normal, pero no hay pulso.


4. Asistolia: Ausencia de actividad eléctrica. Es el paro más difícil de recuperar y de peor pronóstico.


Estos cuatro ritmos se clasifican según sean desfibrilables (la taquicardia y la fibrilación ventricular lo son) o no desfibrilables (como la disociación y la asistolia). La desfibrilación permite hacer una especie de "reset" cuando el sistema eléctrico se ha descoordinado. Los ritmos no desfibrilables no responden a la terapia eléctrica porque en estos casos el problema no está en el sistema eléctrico sino en lesiones de la pared muscular. Este hecho es el que limita el porcentaje de supervivencia en las arritmias no desfibrilables.

La asistolia solo puede tratarse con reanimación cardiopulmonar y adrenalina endovenosa. En estos casos, parar la RCP para desfibrilar puede empeorar el pronóstico del paciente.

¿Y si no estamos en un hospital y disponemos de un desfibrilador, lo usamos o no?

Lo que acabamos de explicar arriba puede llevar a que algunas personas duden de si deben pedir un desfibrilador. Si presenciamos un paro cardiaco, debemos pedir un desfibrilador siempre que sea posible. En el ámbito no hospitalario es imposible saber qué tipo de paro está teniendo el paciente, pero lo más frecuente es que se trate de una taquicardia o una fibrilación ventricular, por lo que intentar una desfibrilación puede salvar a esa persona. De todas maneras, el desfibrilador está programado para reconocer los tipo de paro y decide él si se puede desfibrilar o no (así que cualquier persona sin conocimientos de cardiología puede usarlo). Y si nos encontrasemos con un paro no desfibrilable en la calle las posibilidad es de salir adelante son muy bajas, por lo que perder algo de tiempo en comprobar si se puede desfibrilar no empeorará especialmente el pronóstico.